Friday, April 15, 2011

YA QUE ESTAMOS

Lo encontré bien de casualidad, un día cualquiera. Y la verdad, no me emocionó del todo. "Un muñequito, qué lindo. Como un playmobil pero más chico. Lo puedo usar de amigo petiso de los playmobil". No mucho más.
Además me daba un poco de impresión que tuviera un agujero en la cabeza. Se vé que había sabido portar un sombrerito (de enfremerito, a juzgar por su cuerpo íntegramente blanco), pero lo superé y llegó un momento en el que dejé de notarlo.
Y la verdad, nunca se llevó bien con los playmobil. Era mucho más chiquito, pero no le daba el fisique du rol como para hijito, o algo asi. Era claramente un adulto, con oficio.
Además mis playmobil no eran de los básicos, clásicos. No no. De chiquita, mi madre me había regalado una "señora" (?) con una escobita, un baldecito y un perro (!).
Años más tarde yo quise y obtuve el criadero de cerditos playmobil. Asique la puse a la señora a cuidar a los chanchos. Y nada más.
Y éste, medio que no tenía nada que ver.
Pasó entonces a deambular entre mis piedras de Tinenti, guardadas en una bolsita que llevaba colgada del cuello adonde fuera (me gustaba jugar con mi papá al tinenti, pero había que insistirle HORAS para que accediera. Ahora entiendo, NUNCA pudo ganarme).
Hombrecito Reynaldo Jacobo se llamó el enfermero descerebrado.
Y lo perdí en las peores vacaciones de invierno de mi vida.

Tuve muchos juguetes preferidos:

- Little Ponies
- Pin y Pon y Mandys
- Lo que fuera de Hello Kitty
- Mi colección de Pitufos de goma
- Las Pancitas
- Las Cindys
- Bebés
- Muñecas de piernas largas
- Gatitos



Pero el HRJ fue altamente insuperable.
Quizá solo por el niño ese del espacio. Ese que nunca me quisieron comprar.

Wednesday, April 13, 2011

OZ

En la quinta andábamos en bici todo el día. Kilómetros y kilómetros.
Llegar al viejo campo de entrenamiento de la AFA era como un shot de adrenalina. Era tan lejos que llegabas a pensar que quizá no vieras nunca más a tus padres, o algo.
El asunto era: te despertabas lo más temprano posible (o te despertaba Inés golpeando la persiana de tu cuarto), te lavabas los dientes, te ponías el pantalón de corderoy azul marino, polera y shetland y a la bici, sin más.
La mía era una celeste como de cross, marca Fiorella o algo así. Es ese momento me parecía lo más. Ahora que lo pienso, era vomitiva. En el manubrio tenía como un tubo con goma espuma, cubierto con una especie de tela impermeable que se cerraba con un velcro.
Un domingo a la mañana, cuando me subo, veo que del velcro ese, salía una puntita de papel.

"Nos fuimos a Buenos Aires porque mi mamá quiere ver al Papa. Un beso, Inés"(sin acento, eh? al Santo Pontífice mismo que resultaba estar de gira por Argentina (pará, se dice "gira", así como con un rockstar?!?))


Mucho después, viene El Julio de OZ y manda "It's life. You just have to live the bloody thing."

Monday, April 11, 2011

TRANSICIÓN

Como a los cuatro, tenía varios objetos preciados (hoy en día, sin ir más lejos, tengo: una Victorinox tailored que me regalo Juan, un gatito todo hecho como de alambre e imán que me compré en el MOMA, un libro de fotos de gatos en grecia que se llama Cats in the Sun, y mi ipod viejo). A los cuatro, entre otras cosas, tenía un sapito minúsculo que me había venido en un chocolate Jack. Esos premios que te sorprenden, que te vienen en vez de un horrible y aburridísimo, no sé, Guasón.
Más adelante, la vida habría lanzado al patio de casa al Hombrecito Reynaldo Jacobo, para luego quitármelo en la precordillera mendocina.
El Hombrecito había viajado por años, en una bolsita que colgaba de mi cuello y transportaba, también, mi juego de tinenti. Oh, esta vida dementora!

Lo del sapo fue mucho antes.
Recuerdo Nuñez.
Recuerdo sábado a la tarde.
Y el muñequito que no aparecía.
Recuerdo el pánico y la desesperación.
Recuerdo mirarme las manos y reasegurarme de que no lo tuviera agarrado.
Y buscarlo. Buscarlo por el living.
Y que mamá y papá estuvieran en el sillón con capitoné y que no comprendieran la importancia de mi empresa y ni se molestaran en ayudarme a buscar.
Recuerdo escuchar música de fondo. Así, como un zumbido que contextualizaba mi angustia. BZZ BZZZZZZZZZ. Un zumbido.
Y que debajo del sillón beige (que luego fue marrón, que luego fue azul) estuviera My Precious.
Y acunarlo en mis manitos flacas, y acercármelo a la cara, consolándome y consolándolo.
Y que se hiciera la luz.
Y que el zumbido se transformara en Creedence Clearwater Revival y que mis viejos permanecieran inmutables, ridículamente inmutables tras el antes y después que acababa de revelárseles delante de los ojos.

Tengo 35 y te la cuento así.
You go figure.

Friday, April 08, 2011

BIZARRE LOVE TRIANGLE

Antes de que ir a la quinta me resultara el bodrio más absoluto, ir a la quinta era lo mejor que me podía pasar en la vida.
Alrededor del martes empezaba a hacer un lista mental de lo que iba a llevar el viernes siguiente.
No teníamos teléfono, así que no podía llamar a Inés para acordarlo con ella (habría sido lo más acertado), pero generalmente coincidíamos (no muy casualmente).
Lo peor del mundo era cuando una de las dos llevaba a una compañera de colegio. Cualquiera de las dos.
Mucho peor si la amiga era de la otra, pero igual tengo el clarísimo recuerdo de arrepentirme al instante de haber llevado a quien fuera. Era tan explícito el desentono. Luego de tantos años, teníamos logrados códigos intrasferibles, y la endogamia se hacía notar ante la más mínima intrusión.

Pero claro, todo esto sucedía una vez que la discordia pisaba el pasto. Durante la semana, Inés y yo no teníamos contacto y cultivábamos amistades en nuestras respectivas instituciones educativas (y creíamos que ésta vez sí funcionaría), pero no.
Y así fue que en una infeliz oportunidad fue Sawa la que tuvo que padecernos.
Y así fue que luego de ese fin de semana, no nos volvimos a dirigir la palabra por años.
Comenzando con que la tenía convencidísima de que en Tortuguitas había montañas nevadas y que íbamos a poder tirarnos en trineo y terminando con que en una sesión de 2 horas de jugar al elástico no le tocó NUNCA ser a ella la que saltaba.

Conocen la crueldad de los niños, esa de la que hablan tanto?
Bueno, es venganza, sépanlo.
Es desquitarse con lo que se puede.
Y siempre se puede con lo más débil que uno.
Y UNO es siempre menos que DOS.

OBJETANDO

En el verano antes de cumplir 10, me llevaron de viaje.
Recuerdo del tractor del campo de Marino, y sus vacas y la leche, y las galletas María.
Recuerdo Trevías, y caminar al colegio de A. Sola. Cruzar un puente enorme, que pasaba sobre un río (un río?). Y sus compañeros que me miraban y yo quería desmaterializarme.
Me acuerdo de no saber si Vietnam era un país o qué.
Y de perderme en la calle. En una calle en la que todos iban siempre por la derecha. Y que hubiera mucha gente. Y no ver a mi mamá y controlar el pánico a la perfección. No sé, cuando sos un niño medio que no mirás por dónde vas. Basta con no perder de vista los zapatos de tu madre, no?
Bueno, esa vez eran demasiados zapatos. Y yo me los confundí y cuando alcé la vista para decir algo, me di cuenta de que esa debía de ser la madre de otro.
Yo tenía un muñeco (siempre tenía un muñeco, siempre. No el mismo, eh? No. Alguno.) que cuando le sacabas el chupete, lloraba.
Bueno, bien, sabiamente, y haciendo honor a la lateralidad, decidí que esa podía ser una buena señal de humo.
Y sí, claro que sí, allí aparecieron mis padres, con cara de enajenados y claramente más viejos, y me rescataron del anonimato.
Después, en otra ciudad, nos quedamos en lo que hoy creo, era un hostel.
Para Reyes me habían regalado un perro de juguete(ojalá me acordara de su nombre) y yo, como al bebé aquel del chupete, lo llevaba a todos lados.
Me gustaba ir a desayunar sola al café (mamá y papá y mi hermano quería desayunar en el cuarto SIEMPRE). Me sentaba en una mesa, creyéndome, no sé, mil, diez mil, un millón de millones, y dejaba al perro en el piso, atado a la pata de una silla.
Y desayunaba.
Me acuerdo de ir por la calle, volviendo a los hoteles, después de un día entero de caminata y museos y cafecitos inexplicables de mis padres, anywhere (ahora los entiendo, claro) y decirle a mi muñeco de turno, así, bajito "no te preocupes, ya llegamos y te acostás".

Siempre descontextualizados mis recuerdos. Siempre pequeños.
La imagen es siempre yo y un poquito a mi alrededor, pero nunca suficiente como para armar la historia. No, la nitidez es solo en un radio minúsculo.
Y sí, qué contexto puedo tener si no hay una decisión implicada. Si la elección fue siempre ajena. Te ponen, te traen, te dan y te sacan.
La casa es de otro.
Y la ropa que te compran.
El auto y hasta la mochila del colegio.

Todo es de los otros, menos tu muñeco.

Thursday, April 07, 2011

CUÁNDO ES DESPUÉS?

- Usted es Salvador?

- Así, en general?- le pregunta mi abuelo- Bueno, todo depende, pero no, soy Luís.

- No, es que tengo un problema con el agua. Recién llegamos y a esta hora, tan temprano no hay plomeros. Y la vecina me dijo que a la vuelta vive Salvador, que me puede ayudar a reconectarla.

- Yo la puedo salvar igual.

Le arregló lo del agua y de paso, pispeó y notó que en la casa había una niña, más o menos de mi edad.

Yo pasaba unos días (muchos días) en la casa de verano con mis abus.
Esa mañana, a las 11, ya estaba camino a la playa con la del agua, su hija, y su hijito.

Hasta ahí, todo bien. Así, por default. Hay una niña de mi edad, nos haremos amigas.
Llegamos al mar y ambos niños dijeron “GUAU”.
Yo nunca había escuchado esa expresión. Poca TV, no sé, pero me resultó un disparate. Por qué ladran? Es acaso algún tipo de código interno? Una palabra clave?
Es, quizá, la palabra clave que anuncia peligro inminente.
Pero no, corrieron y se mojaron los pies.

Nos pasamos un buen rato recolectando caracoles, de esos que ya no se ven. Enormes, con un bicho muy grande y horrible adentro. Un asco total. Pero qué emoción encontrar muchos. Qué sé yo, como mil. Y al balde.

Ya, a la hora del almuerzo me empezó a resultar raro todo esto de la naturalidad por defecto.
Íbamos a almorzar ahí nomás. Sandwiches que había llevado la madre.
Por qué voy a almorzar con gente que acabo de conocer? Cómo hacen los sandwiches? De qué hablan mientras comen? Cómo se sientan? Y si son de fiambrín? Cómo la piloteo? Cómo se llama la madre? Ellos le dicen mamá nomás.
Cómo se llamaba mi amiga?

Siguió la tarde en la playa.
Juntamos más caracoles. Será por eso que ya no hay? Los habremos juntado todos?
Tomamos cocacola y nos pusieron nubevital.

En esa época, era inaceptable que te quedaras hasta muy tarde, así que a las 6 me estaban depositando en mi casa.

Que si me podían invitar a comer esa noche.
Qué sí, que sí.

No estaba tan mal.
Digo, comer con niños y eso.
Cambiar un poco. Aunque fuera sólo por eso.

No estaba mal, o no habría estado mal si no hubiera sido porque la cena eran los caracoles que habíamos recolectado durante el día.
Los habían guisado con arroz.
Arroz, con miles de bichos gigantes, sin sus casitas (que adornaban un estante del living), babosos y verdes.
Duros, gomosos y con gusto a pescado salvaje.
Muchos
Verdes
Duros
Y grandes

Qué gran confusión mi infancia.
Qué tremendo el sentimiento de no saber qué hacer.
De no saber las calles, ni cómo volver a mi casa
De tener la certeza de la dependencia.
Y el miedo por la dependencia
La desventaja permanente

Qué es caro?
Cuándo es después?
Cuánto falta?
Diez cuadras es lejos?
Pilar es en Argentina?

Estoy contenta, sí, pero no lo decidí. No es una elección. Es de inconciente nomás.
No sé qué hacer.
No sé qué es nada.

Ahora, estamos jugando?