Sunday, February 06, 2005

MILQUINIENTOS

Creo que el hecho de haber jugado con muñecas hasta entradísimos los 12 años no responde linealmente a la ingenuidad tan festejada por los adultos que me rodeaban (y que la inocencia les valiera).
Precoz como fuí en algunos aspectos, por ejemplo, tuve desde muy temprana edad el deseo claro, la seguridad de que pariría antes de lo esperable, una hija preciosa.
Tuvo su nombre, por casi una década (en mi mente, claro está). O bueno, nombres: Camino, Cielo, Flor.
Pero luego de haber sufrido en carne propia lo que significa ser portadora de un nombre que antes de ser tal, había sido sustantivo común, caí en la cuenta de que era una crueldad.
Digamos, lo más importante siguió en pie. Y a los 19 parí -doy fe- a Martina, la Burli nuestra de cada día.
No me costó ni un solo poquitín de sentimiento de culpa, ni apenitas de cargo de conciencia, verla por primera vez, con su kilo y medio y preguntarme "Y ahora qué onda. Qué hago con TODO ESTO".
Me quedé mirándola, largo y tendido, con todo el tiempo y la soledad del mundo. Y le hice el primer upa de su vida. El primero de miles. Y sentí que podía quedarme así hasta la muerte. Me ví de vieja, con la Burli (de cuarenta y tres) alzada.

"Qué tal -le dije-, soy la madre que te tocó".